martes, 22 de agosto de 2006

Belleza y pudor en la sociedad de cartón


Volvía a casa. Era una de esas mañanas que prometen colores a mansalva, mientras el Astro Rey se asoma por los ventanales de la bóveda multilingüe y arrasa con los humanos miedos y los florales deseos. Amanecía como jamás un patético y mercadeado artista se lo hubiera imaginado. Una orgía de tonalidades estallaba frente a mis ingenuos ojos. Mi cínico pulso no podía más que tratar de emular tímidamente tanta belleza desplegada. Soñaban los prados y los caminos con la luz que los desnuda desde los primeros días, mientras la Humanidad se disponía a arrancar una apacible y bohemia jornada, llena de risas y humo, adoquines y azafranes... Un olor juguetón se escabullía por los contornos del aura mística, mientras las hadas coreaban sagrados cánticos incestuosos, proclamando el inicio del apoteótico espectáculo del amanecer. Fui feliz; infantil y ciertamente feliz, como un inquieto cachorrito mimado. Las caricias del aire eran no sólo frondosas y desencadenadoras de frigideces abstractas, sino también necesarias, como el respirar mismo de los pozos de agua.
Y entonces, la magia danzarina se interrumpió con un soplido capitalista: lo vi, ahí, entre los despeinados pastos de la vera vergüenza neo- liberal. Dormía y tiritaba: no sé qué hacía mejor. Soñaba con colchones de poliéster y fuego cromado, mientras la Realidad le decía que no tenía lugar adonde ir. Temblaba como hoja enamorada, y refunfuñaba las alabanzas de las doncellas celestiales, mientras intentaba encontrar refugio en un puñado de viejas noticias de plomo. Los violines callaron de pronto, y hasta el Sol mismo titubeó por un instante: ¿cómo bendecir a los bosques, a la descomunal acera fetichista, cómo dar a los hombres y mujeres el Amanecer, si dejan que un hermano sufra? Hasta las hadas, tan promiscuas y alegronas ellas, quedaron mudas y conmovidas por ese hombre. Comprendí lo catastrófico de la duda solar; si no se asomaba, quedaríamos perpetuados en una Gran Noche licántropa y voraz como un loro de pirata. De inmediato, casi por reflejo, erizé mi piel, inflé mi precaria caja costillal, y clamé a viva voz: "Rayos de policrómica aura, dénle un fantástica oportunidad a la dulzura de las madres primerizas. Ilumínenlo. Ilumínennos."
Fueron instantes sobrios y dubitativos. Muchos murmullos se dejaron degustar. Las nubes quedaron impávidas y nulas como croquetas, y el río elevó sus ojos al espejo superior, para medir la reacción de la Estrella Magna. Nadie se atrevió a reclamar nada, ni siquiera las capillas fundamentalistas.
Finalmente, el Sol optó por seguir su ancestral rutina, y explotó en un solitario orgasmo cósmico. Quedé tranquilo y obtuso, mientras las doncellas reavivaban el griterío de la tierra y las hadas suspiraban aliviadas por mi fugaz intervención. Seguí con mi labor hermenéutica, mientras el hombre, aún dormido y maldiciendo, era repentinamente invadido por una guarnición de rayos catódicos de homosexuales colores. El Sol había decidido acobijarlo por su cuenta, pero, hasta el día de hoy, cuando lo veo y me habla a través de sus suspiros galácticos, no deja de desaprobar nuestro incierto rumbo, tan lleno de mierda y grito y cólera y miradas fugaces y llanto y muerte marchita y negaciones inconclusas y más muerte gratuita... Llegará el día en que el Sol se revele contra lo que él alumbra, y ese momento será el fin de la dictadura del proletariado estelar y de la soberanía de la Nada, mientras los hombres y mujeres, espantados, intentarán remediarlo todo en dos instantes, pidiendo consejo a las Pitonisas mercadotécnicas, y re- editando las sabias voces del pasado...

1 comentario:

Anónimo dijo...

brindo por esta sinfonía descarrilada... pronto regreso a este pedacito del mundo cibernético, por ahora, mis saludos y avanti! ;)