martes, 19 de septiembre de 2006

Lluvia


Cuando era chico, los días nublados me ponían triste. Se borraba mi sonrisa de niño (aunque no era de sonreír mucho), los ojos se me apagaban, y quedaba inmutable, impávido, mirando el cielo gris. Lloraba con los días lluviosos (más de lo que algunos creen).
No eran fáciles esos momentos. Todavía me acuerdo de los nudos en la garganta y de la deseperanza de quedarme solo, tristemente solo, e imcomprendido por los que me rodeaban (gente de mi edad sobre todo, era bastante bicho raro yo...) Por eso, hoy, cuando llueve, me acuerdo de cuando llovía en mi infancia, y me quedo callado como cartel sin visitantes. Por eso, mientras los transeuntes corren despavoridos y putean con los peligrosos paraguas que se doblan y los ponen en verguenza, yo me desnudo sigilosamente bajo las gotas transparentes, dejando aflorar mis infantilismos de hojalata, desafiando los convencionalismos que dictan que lluvia es malaria urbana, esperando un poco de comprensión en este mundo voraz, exigiendo una compensación para los tormentos de mi ayer oscuro y melancólico,

pero tambien riendo por haber crecido tanto, festejando la vida y su capa azul, deseando mañanas esplendorosos, y sabiendo, hasta las venas, que nunca, pero nunca, se es tarde para cambiar y demostrar que crecer es animarse a ser algo que se es sólo cuando se deja de ser lo que se era...

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