domingo, 24 de septiembre de 2006

Con los pies en el cielo


Las enseñanzas tradicionales que vienen moldeando mentes desde los inicios mismos de la sangrienta civilización occidental, nos enseñan que todo pensamiento tiene una raíz fija, inmutable, una esencia que es necesaria y única. A partir de esta gélida concepción, y teniendo en cuenta posteriores corrientes filosóficas que la han engrosado y adornado con más esqueletosidades todavía, hoy afirmamos orgullosamente que Occidente tiene la razón como motor (cuac) y que no se puede conocer realmente más allá de la experiencia. Llevando esta concepción de "base fija", de raíz, a un nivel espacial, podemos decir que la tierra es esa base fija sobre la cual nos desempeñamos como individuos y como comunidad.

Pero la tierra no es fija: donde ayer había bosques, hoy desiertos, donde ayer glaciares, hoy lagos envenenados, donde ayer ciudades, hoy megalópolis de gente sola. Violentos terremotos la sacuden a la tierra (de esto, los indonesios y tailandeses saben bastante cuac! (humor negro))
Gira locamente sin cesar, eructa con los volcanes, digiere dragones que escupe en géiseres de sal y limón.
La tierra no es fija e inmutable: ¿cómo encomendarle la tarea de ser nuestra raíz del desenvolvernos diario? ¿Cómo? Oh, terrible tragedia la del hombre occidental no encontrar un punto de apoyo!!!
No obstante, hay algo que nunca cambia, o más bien cambia, pero cíclicamente, con una armonía propia de la música. Sus colores se despliegan ordenadamente y sin embargo siempre sorprenden. Hablo del Cielo, esa bóveda que jamás falla. Mientras la Tierra muta y se lava la cara varias veces al día, el Cielo sólo cumple con su función sensual y redonda.

Entonces, si al ser humano occidental le gusta tanto estar parado en algo seguro:

¿no le convendría

caminar soberano

asegurado por infinitas estrellas

con los pies en el cielo?

No hay comentarios.: