miércoles, 20 de septiembre de 2006

El duendecillo que siempre nacía

Estaba atrapado en un entramado sonoro
fingió disgusto al ver a las liláceas estrellas de mar acariciando sus piernas
Se balanceaba, como quien busca renacer
pero era para escapar de la araña, de la rutinosa manía de dormir (la siesta)

Encorvó la espalda y pegó un grito tarzánico: fue inútil
Imploró al Dios de los irresponsables
pero estaba en una importantísima orgía de vino y crack
Se volvió ateo, y quizo desatarse con su sola razón
Pero su orden, obsesionado por la luz, le impidió apreciar la verdadera dimensión de la telaraña
Tras varias cavilaciones huesudas, fugaces esplendores de gelatina, y fritura de ranas a cada instante, decidió que no tenía opción: tenía que empezar a destejer

Y lo hizo. Tomó con su mano comunista un hilillo invisible, y empezó a tironear
Tironeó mucho, como pasa en los cuentos infantiles
Días y noches, tormentas y desiertos él festejó. Y no pudo parar.
En este momento él desteje él momento este en.
Lo disfruta tanto como nadar desnudo por los canales marcianos, o merendar con su alegórico hedonismo. Ha deshilachado infinidad de hilos, y sabe que le quedan más hilos que olas en la profundidad de su café cotidiano

"Aquél que sueña, se mezcla al aire" Georges Schehadé.

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