jueves, 19 de febrero de 2015

El océano del jazz

Había empezado a llover. Estábamos lo más bien de peña en peña en la plaza, desperdigados impunemente por toda su extensión, y al principio la lluvia ni nos importaba.

[Nos habían caído aguaceros torrenciales en el camino... ¿qué nos iban a molestar un par de gotitas chillonas?]

Y después se largó. Ya los músicos se preocuparon por sus instrumentos, y ahí medio que los delirantes, músicos o no, entramos a buscar un techo.

No recuerdo cómo pasó. Estaba avizorando la posibilidad de conseguir agua para mate, y de repente éramos tres locos queriendo lo mismo, tirados al lado de unas guitarras, hablando sobre lo mágico de los viajes y las volteretas de los caminos.

Pomelo se había ido a buscar agua (bajo la lluvia). Ignacio y yo quedamos sentados, entretenidos en una trama charlística que fue desde la vida de Evo Morales, pasó por la crisis del 2001, su vuelta al país después de haber vivido con su familia en España (donde sus padres, ambos trabajadores sociales, limpiaban casas y cargaban nafta para jugadores del Barcelona) y llegó hasta Gurdjieff y su filosofía que enamora (nota mental: voy a comprar un libro de ese chabón). Todo esto mientras la tarde y su lluvia dibujaban una atmósfera relajada, como una pausa necesaria en el agite del carnaval.

Los compas en cuestión eran mendocinos. Músicos de jazz. Se habían recorrido bares, calles, lugares para tocar por todo Jujuy. Querían llegar a Bolivia. Unos grosos los pibes.

Ignacio me preguntó si yo era músico.

- Nooo, eso que ves ahí es una carpa! Todo el mundo piensa que es una guitarra o algo, pero no... es una carpa.
- Tenés pinta de músico. Debe ser por la chiva.
- (...)
- ¿Pero tocás algún instrumento?
- Ni ahí. Tenía un tambor. Un día me sinceré conmigo mismo, lo di vuelta ¡y lo transformé en maceta! La verdad es que no sirvo para ningún instrumento.
- Eso no te lo puedo permitir. Todos podemos hacer música. Si podés sentir la música, algún instrumento podés tocar. O podés cantar, porque la voz es un instrumento. O patalear, y ya estás marcando el ritmo. De alguna forma, la música siempre se manifiesta.
- Bueno pero...
- No te limites.
- (...) Viéndolo así, puede que tengas raz-
- Ya escucharla es hacerla a la música. Nomás te falta encontrar la forma de manifestarla. A mí me gusta el jazz, porque es creación todo el tiempo. Te digo más, los músicos de jazz siempre se vuelven locos al final de sus vidas, y nunca mueren.
- Bueeeeee...
- No. Cuando pasan al otro lado, se incorporan al océano del jazz. Los que quedan vivos van tocando sus instrumentos y haciendo música usando las aguas de ese océano. Cuando se mueren, pasan a formar parte de él. El jazz es tan complejo que nunca dejás de aprender. Nunca.
- ¿Sabés que hago un programa de radio? Pasamos mucha música...
- Entonces con más razón...
- See... no tengo más excusas.

[Y ahora, fisgoneo en la basura, busco detrás de los parlantes, muevo la vibración hacia un lugar adecuado para encontrar ese momento en el que la música salga, que fluya de mí, que se manifieste, porque tarde o temprano, a todos nos pasa que necesitamos entregar los mejor de nosotros a los demás, sea como sea, cantandohablandocaminandohaciendo,
siempre desde el amor,
desde ese lugar donde todo es creación, que está dentro y a la vez fuera de nosotros mismos...
Me quedan un par de experiencias que darme.
Entre ellas, hacer música.
Y leer a Gurdjieff.]





1 comentario:

Nati Gigliotti dijo...

Me quedo con lo de las experiencias que hay que darse, con los libros que hay que leer, los viajes, las personas por conocer. Y el océano del jazz.

Hermoso Ni.
Abrazote juerte!