lunes, 13 de abril de 2009

Soledades profesionales

Hoy pasé por una peluquería y no había nadie.
Es decir, nadie excepto el peluquero, quien leía una revista fingiendo despreocupación.

Esperaba.
Esperaba.
(Y todavía y siempre esperando, diría Girondo).

No es que me haya quedado en la puerta del negocio, hostigando al peluquero con mi mirada desprovista de parpadeos, para ver qué hacía, que no hacía, y para registrar minuciosamente todo nimio detalle, como la venita que se le notaba en su ojo izquierdo o el pelo que le salía de la nariz. Para ser fiel a la verdad, lo vi durante tres segundos. Pero esa ráfaga de espacio- tiempo me bastó para sentirlo anhelante de cabellos que cortar, teñir o arreglar.

Me hizo acordar al Observador de Estrellas. Lo conocimos una noche azul, cuando nos invitó a habitar, por 20 minutos, su Semi- Esfera Giratoria Localizadora de Cuerpos Celestes.
Hablaba en el lenguaje de los científicos, a veces resbalaba en su decir, perdido en la compleja certeza del cálculo matemático. Nos enseñó estrellas brillantes, y gracias a él pudimos contemplar al maléfico padre Cronos: no es tan severo como dicen.

El Observador de Estrellas pasa las noches mirando por un telescopio. Sus únicas compañías: ruleros estelares y aparatos astronómicos.
El peluquero ve pasar el tiempo hojeando revistas. Sus únicos clientes: los que distan a años luz de aparecer.

Y los pienso
y no puedo
porque ellos
y yo nunca
pero ellos nada
y de nuevo yo
más aún que ellos
pero ellos tan distantes entre sí,
tan foráneos el uno del otro
y
aún así,
tan
(pero tan)
parecidos en sus soledades....

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