dejar de etiquetar la luz,
la presencia,
con cuadraditos transparentes
que describen lo que tocan.
Esperar sin esperar,
estar lleno de vacío y
hecho unoconelpaisaje...
Este verano me enseñó a precipitarme, de cabeza, a la sugerencia del instinto.
Fue mandarme nomás averquesale, una escapada improvisada. Fue la caravana celestial
repetida acá abajo.
Una orden emitida desde otro lugar, un mandato físico de ir allá y no para aquel otro lado.
La sensación de estar llenando un lugar, un aplomo en la geografía del camino.
El proyectarse desde el amor.
Respirar y nada más.
Sucumbiendo ante lo inevitable, en ese lugar encontré la reciprocidad de los caminos y las cosas, y sobre todo entendí la necesidad imperiosa de avanzar con confianza,
obligando al mundo a reordenar los elementos
como con el filo de una navaja.
[Un pollito asado y un '¡chaaauuu en este viaje están pasando cosas copadas!']
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